30 de mayo de 2011

Marathon popular de MAdrid

Dice Pino Aprile, en su libro Elogio del imbécil, que los imbéciles tendemos a juntarnos para camuflar nuestra propia imbecilidad, para que ésta no sea tan patente. Y que la imbecilidad es directamente proporcional al número de congregados. Y tiene razón. Si hay algo que todos los españoles tenemos en común es la estupidez. Da igual nuestra orientación sexual, nuestra ideología política o nuestra creencia religiosa. Somos completamente imbéciles, estamos orgullosos de ello y, lo que resulta acojonante, es que no nos importa hacerlo público, que los demás lo sepan. Sí, soy imbécil, y qué.


Y Madrid es la ciudad elegida por los españoles para mostrar nuestra imbecilidad. Incluso los imbéciles que viven lejos, peregrinan hasta Madrid, cueste lo que cueste -los imbéciles no solemos escatimar en gastos para estos menesteres- para poder mostrar también al mundo su imbecilidad del mismo modo que los musulmanes peregrinan hasta La Meca; al menos una vez en la vida. Y es que hacer el imbécil en una provincia está bien, pero no tiene el mismo caché que si uno lo hace en Madrid.

Normalmente en estas concentraciones se respira el mismo buen rollito que en el anuncio del turrón El Almendro, cuando el quinto peluso llegaba a casa por Navidad. Todo son besos y abrazos al reencontrarnos. Es la primera vez que nos vemos, pero nos reencontramos. Seguro que coincidimos en el no a la guerra contra Aznar, en el sí a la guerra contra Gadafi por ser su amigo, en la del foro de la familia, en el no al aborto, en la victoria de La Roja. Da igual, cualquier excusa es válida para juntarnos con nuestros congéneres y dar rienda suelta a nuestra imbecilidad.

Todo esto viene a colación del domingo pasado. Uno coge el buga por la mañana temprano con la firme intención de irse de lumis a la calle Montera -como todo el mundo sabe los mejores polvos son los mañaneros- e inconscientemente se adentra en la ciudad cuando de repente, zaca, se encuentra con una manada de Pitufos haciendo evanassarricos aspavientos con el fin de desviar el tráfico... Marathon Popular de Madrid. Con dos cojones. Según los datos que manejo fueron unos 10.500 imbéciles los que participaron en tal evento, y estoy seguro de que no fueron más porque más de un perroflauta de izquierdas se quedó en casa al leer el título pensando que lo organizaba Esperanza Aguirre.


Como el tráfico a la entrada de Atocha era denso y había que ir despacio, a uno le daba tiempo de mirar a los imbéciles que corrían. El espectáculo, como no podía ser de otra manera, era dantésco, con tilde. Con tilde pues poco tenía que ver con Dante y su obra sino más bien con Leonardo Dantés y la suya.

Uno vestido de novia corría arrepentido habiendo dejado plantado en el altar, digo yo, a su novio y a ambas familias. Ése, por el atuendo, debe ser el pasivo de la pareja, al que le gusta tomar, deduje mientras se alejaba. No pasaron ni dos minutos cuando veo acercarse, exhausta, a una señora de mediana edad haciendo el helicóptero con el brazo izquierdo, aprovechando de este modo, digo yo, el efecto hélice para avanzar más rápido. Confieso que al ver el afán con el que centrifugaba el brazo temí que en una de éstas levantara el vuelo y tuviese después algún percance a la hora de aterrizar... No se hacen para aparcar con un coche, que está en tierra firme, como para dejarlas tomar tierra.

El resto de participantes que me dio tiempo a ver, sinceramente, me parecieron imbéciles normales, de los que no destacan, de los comunes. Pero eso sí, cien por cien imbéciles, de eso no me cabe ninguna duda. Porque es que hay que ser imbécil para ponerse a correr una marathon respirando el humo de los coches en pleno centro de una ciudad como Madrid que, según el último estudio, tiene el nivel de contaminación más alto de los últimos tiempos. Y ya que, como dije anteriormente, los imbéciles no escatimamos en gastos y, además, nos pone esto de la contaminación, ojalá la próxima Marathon la organicen por las inmediaciones de la central de Fukushima, porque para allá vamos todos, seguro. Sí, y yo, como buen imbécil, también iré para contaros a ver, si con la radiación, a la paisana que agitaba el brazo le sale un rotor de cola y a mí, con las mismas, me crece el rabo.

28 de julio de 2009

Impuestos revolucionarios

Sin tiempo; vivimos sin tiempo. Han conseguido que nuestro día a día sea una vorágine urbana, de horarios laborales, consumista, de eventos. Una vorágine absoluta que nos impide reaccionar como debiéramos cuando las circunstancias lo requieren.

Se lo han montado de tal manera que han conseguido aborregarnos para, de un modo u otro, salirse con la suya sin que nos demos cuenta. La mayoría deambulamos toda una vida por este valle de lágrimas como autómatas sin apenas percatarnos de lo que ocurre a nuestro alrededor. O, lo que es peor, aceptando y tragando con ello y, por ósmosis, convirtiéndonos en uno más del rebaño. En un imbécil más. Salir del redil, alzar la voz y protestar resultaría mortal de necesidad pues, como a toda minoría, a uno lo acabarían inflando a hostias sus propios congéneres. Es por ello por lo que cuando uno lee cierto tipo de noticias no puede por menos que, desde dentro, aplaudir, acatar y esbozar una leve sonrisa. Sonreír, según cómo se haga, es también una manera de alzar la voz, de protestar e incluso a veces, no siempre, de ciscarse directamente en su puta madre, pero con la ventaja de que, ellos, los imbéciles, no lo perciben como tal. No hay, pues, riesgo de represalias.

Y es que ésta es finísima. Resulta que las burras, vacas, mulas, caballos y yeguas deberán abonar una cuota de 9 euros al año como tributo por su derecho a transitar con todas las de la ley por las calles y caminos de la localidad de Losacio de Alba. Así -y cuando uno lee “así” entiende “tal cual”- parece ser que reza en una nueva ordenanza reguladora aprobada, ojo al dato, por la Corporación Municipal de Losacio de Alba (Zamora). No redactada y aprobada por los payasos de la tele, no. Redactada y aprobada por una Corporación Municipal. Con mayúsculas, o sea.

Y uno, que hay veces, como ahora, que tiene buena fe, realmente cree que dicha ordenanza ha sido redactada y aprobada en un Pleno Extraordinario (porque estas hijoputeces se acuerdan en Plenos Extraordinaros) donde algún cabrón con cuernos echó en las botellas de agua de sus señorías psicotrópicos del tipo LSD o similares. Sustancias alucinógenas nada recomendables (niños, decid siempre NO a las drogas) que, entre otro tipo de efectos, pueden hacer llegar a creer a las personas buenas y honradas que las vacas, ovejas, burras, mulas caballos y yeguas pueden llegar a pagar impuestos ya que son las propias bestias quienes gestionan los ingresos que ellas mismas generan. Y no, tc, tc, tc, tc (negación con la cabeza), todos sabemos que eso no es así. Otra posibilidad es que el mensajero, conociéndosele como se le conoce, en un alarde de semianalfabetismo haya redactado el artículo como le haya salido de cojones dándole un toque de humor negro a un asunto, el de pagar impuestos, que a ni Dios le hace ni puñetera gracia.

Insisto. Algo... algo anormal ha tenido que pasar para que algo tan serio como una ordenanza municipal, en la que se pone en conocimiento de los vecinos el cobro de más impuestos, esté redactada a modo de monólogo de humorista sin futuro. Es impensable que, con un país inmerso en una profunda crisis económica y con los ganaderos manifestándose por las capitales de provincia protestando por el precio del gasoil y denunciando los precios a los que han de vender los productos del campo, alguien los tenga tan cuadrados como para redactar en tono jocoso una ordenanza municipal de este calibre. Y, aunque la apostilla de “con todas las de la ley” invite a pensar lo contrario, uno no va a ser tan desconfiado de pensar que se están riendo del personal; de que, los que mandan, informen a la plebe de que hay que soltar la gallina pero de buen rollito, oiga. Y no lo piensa porque, para hacer eso, habría que ser muy hijo de puta.

14 de marzo de 2009

Los niños: esos seres crueles y desalmados



Cuando era (más) joven llevaba greñufos locos para desesperación de mis padres. Para que os hagáis una idea digamos que mi pelambrera era una mezcla entre la de Maradona, la de Andrés Calamaro y la de el del medio de Los Chichos. Bueno, qué coño, como la del guarrupio este de aquí al lado.

Resulta que un sábado por la mañana estaba en la cama cuando sonó el timbre. Evidentemente, en un primer momento pasé de levantarme; que abra mi madre o que le den por el culo a quien sea, pensé, y me di media vuelta. Pero viendo que insistía en la llamada, y que ni Dios abría la puta puerta, ya me levanté creyendo que sería el cabrón de mi hermano que había salido sin llaves, así que fui a abrir en pijama, recién levantado, con el pelo-arbusto de aquella manera y sin afeitar.

Y allí, frente a mí, apareció una gitanilla de no más de ocho años con la firme intención de que le diese argo. Anda, vete por ahí, le espeté malhumorado. Y ella, con una sonrisilla de oreja a oreja, lo único que acertó a replicar fue: huy, si tú también pareces gitano. Total, que pasé de ella, cerré la puerta y me metí otra vez en la cama. Pero ya no podía conciliar el sueño. Que parezco gitano, me ha dicho la hijaputa. Ya me tuve que levantar e irme a mirar al espejo… Si al final mi madre va a tener razón; que tengo pinta gitano. Así que me afeité. Y me lavé la cabeza.
Total, que el otro día me vino la historia de la gitanilla a la cabeza cuando volvía de hacer la compra. Venía caminando con las bolsas, y tal, cuando al pasar a la altura de los campos de fútbol del polideportivo un balón cayó al lado mío. De repente un criajo de seis o siete años se asomó a la valla y me dijo sin cortarse ni media: –Por favor, señor, el balón. Miré alrededor y en cien metros a la redonda no había nadie más. Sí. No había lugar a duda. Se estaba dirigiendo a mí. El hijoputa me acababa de llamar “señor”. “Señor” a mis treinta y pocos. Tócate los cojones. Le di el balón porque si salto la valla lo que le doy son dos hostias.

Pero lo peor vino al día siguiente. Uno se levanta temprano para ir a trabajar, y tras el primer pipí del día y después de haberse quitado las legañas con la lavadura del gato, se mira en el espejo para verse el careto y…. rediós, una cana. Y uno nota cómo un escalofrío le recorre todo el cuerpo. Alarmado, comienza a buscar más. Lo jodido es que el que busca, normalmente, acaba encontrando… mecagüen la puta, y otra, y otra,,,, y otra más en la barba… Ay, de nos, que vamos pa´ viejos.

Lo de la pinta gitano lo tengo superado, pero hasta que no asuma lo del “señorío” evitaré cualquier contacto con niños, especialmente con niños gitanos. No es que sea racista, pero no creo que esté preparado para que a alguno de ellos le diese por decirme que me parezco al tito Richal. O, peor aún, que le diese por confundirme el pááápa.

30 de diciembre de 2008

El chiquito de las 13:30

Sucedió hace una semana. Más o menos. Me encontraba en un bar cualquiera de un pueblo sito en Territorio Comanche y que de cuyo nombre tampoco quiero acordarme. Por allí suele ser costumbre entre mis amiguetes, siempre y cuando no haya que trabajar, quedar a mediodía “con la cuadrilla” e ir a tomar unas cañas con sus respectivos pinchos al bareto de toda la vida. La oficina, le llamamos nosotros. Lo malo de no ir por allí muy a menudo es que uno coge eso del alterne con ganas, se pasa tres pueblos, y cuando llega a casa a comer, tras varias llamadas no atendidas a un tal Papá-móvil, no tiene ni hambre, ni sed y ni puttas ganas de escuchar el sermón con que le obsequia por llegar tarde, y mal, la madre que lo parió.

Como iba diciendo, estábamos con esas cañitas sentados a una mesa discutiendo sobre la conveniencia, o no, de que la Pataki se pusiese más tetas (media docena, sugería alguno) cuando me dio por levantar la mirada. Y allí, en la esquina de la barra, justo al lado de la puerta del baño, se encontraba él. No le hubiera prestado mayor atención si no hubiese sido porque su careto me sonaba, aunque no acertaba a recordar de qué. Estaba él solo. Cuando le vio Ramón, el camarero, directamente cogió la botella de Coto y le sirvió una copa.

De repente creí caer en la cuenta. Y, así, como que no quiere la cosa, lo comenté por lo bajini con mi amigo Tejas, quien confirmó mis sospechas. Se trataba de un concejal del Pesoe al que conocía de haberle visto por la tele. En ese momento pasé de imaginarme las domingas de la otra y me dediqué a observarle a él. Parecía tranquilo –la procesión, concluí, va por dentro-. Cogió el periódico que estaba en la barra y comenzó a echarle un vistazo. Leía, imagino, sólo los titulares para no entretenerse demasiado y pasaba a la siguiente noticia. Al pasar las hojas instintivamente levantaba la mirada y hacía un barrido por el bar. Por si las moscas. Como tampoco quería mosquearle, pues nuestras miradas se cruzaron en un par de ocasiones, me dediqué entonces a buscar a los escoltas. No hube de emplear mucho tiempo. Dentro del bar no estaban ya que, a malas, no calculaba ni media hosttia a ninguno de los que estábamos por allí, así que corrí las cortinas de la ventana con la excusa de mirar la hora en el reloj de la iglesia y allí, apoyados sobre la repisa de la ventana, estaban los dos cachalotes.

Al poco rato entraron en el bar tres elementos de mediana edad que, por las pintas y el pelaje, parecían hijos de mujeres de dudosa reputación. Reconocer su orientación política tampoco fue muy difícil: el pueblo no es muy grande y todo el mundo, más o menos, se conoce. Se colocaron justo enfrente de la puerta del bar. Uno de ellos se percató de la presencia de José Luis (le llamaremos José Luis, por ser de los de Zapatero) y lo comentó con sus otros dos congéneres, los cuales dirigieron momentáneamente la mirada hacia el edil sólo para confirmar su presencia. Nada más. Ni un comentario al respecto, ni una mirada de desprecio; nada. Pidieron tres chiquitos y siguieron a lo suyo. José Luis levantó la mirada, los vio y siguió repasando las noticias, también, como si tal cosa. Según entraron estos tres elementos me quedé con ganas de haber vuelto a correr las cortinas para ver cuál fue la actitud que adoptaron los escoltas, si es que adoptaron alguna, claro, pero ya me pareció cantearme demasiado.

Aunque lo intentaba me resultaba imposible no mirar a José Luis. Qué necesidad tendrá el tío -rumiaba mientras le miraba- de pasar por lo que está pasando; de vivir en un sin vivir. Alerta las 24 horas del día. Y, míralo, situado estratégicamente en la esquina de la barra, para controlar de un vistazo todo el bar, y al lado del baño, para poder poner pies en polvorosa si fuese necesario. De repente cerró el periódico y se dirigió hacia la bandeja donde estaban los pinchos, situada a escaso metro y medio de donde se encontraban los tres majaderos. Su paso era firme, decidido. Iba con la cabeza alta y la mirada al frente. Se detuvo ante la bandeja y vaciló antes de coger un pincho. A todo esto los otros seguían a lo suyo discutiendo, imagino, sobre quién de los tres tenía el RH más peludo y ni se inmutaron ante la “osadía” de José Luis. Nada. Cogió el pincho y volvió a su sitio donde dio buena cuenta de él.

Al poco rato, y sin que sucediera nada más digno de reseñar, José Luis sacó el monedero, dejó unas monedas sobre la barra y, tras despedirse del camarero, salió a la calle. En ese momento me giré hacia la ventana, corrí nuevamente las cortinas y continué observando. En ningún momento dirigió la palabra a los escoltas. Uno se puso a su altura, caminando a dos metros de él, y el otro comenzó a seguirles por detrás dejando, también, una distancia prudencial.En ese momento, mientras veía cómo se alejaban del bar, recordé aquel célebre telegrama que el rey Alfonso XIII envió al General Berenguer cuando, en la guerra de África, éste decidió atacar por sorpresa Alhucemas y que rezaba así: ole tus cojones.

12 de octubre de 2008

Rizando el rizo

El otro día, buceando por la red, me encuentro con este titular: La Generalitat destina 10.000 euros al doblaje de una película porno.

Pues, sí. Se han tomando muy en serio -pero en serio que te rilas- eso de aborregar a las nuevas generaciones. Saben que con los que ya vamos teniendo una edad, si no han podido hasta ahora ya no van a poder. Son conscientes de que el pernicioso vicio de pajearse en Castellano que adquirió uno cuando era joven ya no se lo quita ni la madre que lo parió aunque continúe tirándole las revistas porno y le haya puesto un candado al deuvedé. El escuchar, o imaginar, cómo la enfermera de turno pone morritos y exige, en el idioma de Franco, "así, cabrón, así, en la boquita; todo en la boquita" provoca instantáneamente en mí cette eclosión que hace que los ojos me hagan chiribitas. Y cuando uno coge el vicio... Malo.

Pero, bueno, a lo que iba. Que digo yo que a ver por qué no rizar el rizo y producir una película porno made in Catalunya, con actores catalanes y en un entorno catalán. Así pues, en un derroche de solidaridad para con las autoridades catalanas desde aquí les propongo -ojo, sin ningún ánimo de lucro; o sea, gratix- la sinopsis de lo que podría ser la película.


Romeu a Julieta le espeta la çigaleta



En lo alto de una masía del'alt Empordá, en la Gerona (que no Verona) profunda, Julieta, una joven, enamorada y desconsolada payesa aliviaba en su habitación sus deseos sexuales con un espetec de Casa Tarradellas que le había comprado a su amiga Monserrat en una sesión de Tupper Sex. Se inspiraba, por un lado, con una foto de su amado Romeu, y por el otro, con una foto de Carod Rovira en tanga de leopardo.

Romeu, descendiente de toda una saga de castellers de pura cepa, y que sabe de lo imposible del amor que siente por Julieta, convence a la niñera de ésta para que diga al padre de Julieta, un tal Capulet, que fuese a un mitin que Ezquerra Republicana celebraba esa noche en el pueblo.

Capulet, que no se fiaba ni un gramo de Romeu, decidió encerrar a Julieta en lo alto de la masía poniéndole, por si acaso, un cinturón de castidad.

Lo que no sabía Capulet es que Romeu lo había urdido todo y estaba esperando a que él se fuese agazapado entre unos calçots junto a su primo Jordi y unos amigos de éste, Oriol, Pep y Ferran que trabajan de cerrajeros en la factoría que SEAT tiene en Martorell y al igual que Romeu, todos ellos, hijos y nietos de castellers.

11 de octubre de 2008

Recetas de cocina


Resulta que hace años, cuando estaba sentando las bases para mi independencia, también llamada Plan Carbonero, le dije a mi madre que me enseñara a cocinar así, un poco a groso modo… Cosas sencillas: pasta, alubias, lentejas y poco más.

Cuando ella se ponía manos a la masa yo me sentaba a la mesa de la cocina y apuntaba, paso a paso, el proceso a seguir. Incluso, fíjate tú, compré, ad hoc, una carpetita de anillas con el Wini the Poo ese vestido de cocinero para que quedara curioso el asunto.

A continuación paso a transcribir, tal cual, la receta de las alubias blancas, que es, digamos, la protagonista.

Alubias Blancas ========> Cazuela: 2horas

Ingredientes para cuatro raciones:

*Alubias blancas: una taza y un culín.
*Un chorrillo de aceite
*Chorizo y tocino
*Un diente de ajo
*Pimentón: una cucharada cafetera.

Dejarlas en remojo toda la noche y a la mañana cambiarles el agua. Se echan a la cazuela y se cubren de agua (un dedo por encima de agua, pero que tampoco naden) y se le echa el chorizo y el tocino y el chorrín de aceite (menos que a las lentejas). Se ponen a cocer a fuego fuerte y cuando empiecen a cocer (salen burbujas) se les echa un poco de agua (sólo para asustarlas y se queden quietas). Nunca no pasaremos del dedo de agua. Y las ponemos a fuego lento. Hay que vigilar cada poco para que no les falte agua (el dedo). Cuando ha pasado hora y media, más o menos, se prepara el refrito. Chorrín de aceite para freir un ajo en una sartén pequeña y se saca el ajo antes de que se queme. Cogemos la cucharada de pimentón y se la echamos a la sartén, depués una cucharada sopera de caldo y la echamos en la sartén para que se disuelva el pimentón. Caution!!! Si está muy caliente el aceite salta y quema. Esperar. Luego echar todo a la cazuela y esperar 20 min hasta que se hagan.


Bueno, al tiempo de haber conseguido la, por muchos ansiada, independencia, circunstancias de la vida que me vi a mediados de mes sin un puto duro. Pero tieso, tieso. Hasta entonces comía de menú en un bar, pero como la cosa se jodió pues… Así que con lo poco que tenía y algo que me prestaron compré comida para hacer yo en casa.

En qué hora…. Llegué a casa y me dispuse a hacer la comida para el día siguiente y posteriores. Lo de hacer cuatro raciones era para meterlas en tuppers y congelarlos. Bueno, pues tenía yo ganas de alubias así que a eso de las 7 de la tarde las metí en una ensaladera para dejarlas de remojo. Como mi madre es una exagerada –pensé- no creo que haga falta tenerlas toda la noche, así que a eso de las 10 de la noche cogí la carpeta del Winni Poo de los cojones, me calcé un delantal que mi madre me había comprado en Portugal y me puse al lío.

Puse las alubias, el chorizo y el tocino en la cazuela, cubrí todo un dedo de agua por encima y seguí leyendo. Un chorrillo de aceite, ponía. ¿Cuánto hostias es un chorrillo de aceite? Eché un poco y me quedé mirando….. esto va a ser poco, concluí. A ver, comencé a elucubrar, se supone que es para que no se peguen, así que más vale que sobre que no que falte, que van a estar dos horas. Y eché otro chorrín por siaca.

Solventadas las primeras dudas el resto parecía fácil; vigilar durante hora y media y estar atento al dedo de agua. Chupao. Así que allí andaba yo tó Maruja, con el paquete de tabaco en el delantal, trapo de cocina al hombro y escuchando la radio.

A la hora y media hice el refrito como mandaban los cánones. Calenté el aceite, eché el ajo, después lo saqué antes de que se quemara y eché el pimentón. Acto seguido cogí una cucharada del caldo y empezaron las dudas… hostia, a ver si va a estar muy caliente, me salta y me abraso… no joddas, espera un poco. Pero, craso error, esperé demasiado, el aceite se había enfriado demasiado ya que no me chisporroteaba refrito como a mi madre. Pero, oyes, olía bien. Bah, detalles sin importancia, me excusé, y eché el refrito a la cazuela. Me pareció un poco raro que quedaran unos puntitos negros flotando así que removí el batiburrillo para ver si se disolvían…. Nada, chato, será el agua de Madrid, que me han dicho que es muy dura. Y dejé que se cumpliera el tiempo de cocción.

A las dos horas cogí cuatro tuppers y me dispuse a llenarlos. Me salío un poco así de ojo que las alubias sonaran, cloc, cloc, cloc, cuando caían en el tupper, pero, qué coño, si nunca había oído caer alubias en un tupper. Será normal, deduje. Y con la satisfacción del trabajo bien hecho me acosté.

Al día siguiente, a la hora de comer, salí del trabajo dispuesto a jartarme de alubias. Llegué a casa, saqué el tupper del frigo y lo metí en el microondas. Dos minutos. Estaba yo lavando las manos en el cuarto de baño cuando, BOOOOOM, un petardazo. Salgo disparao para la cocina, paro el micro, lo abro y…. cagüen Ros, el tocino había explotado y me había puesto el microondas perdido (no tenía tapa). Pero, bueno, las alubias allí seguían así que saqué el tocino y terminé de calentarlas

Cuando las volqué al plato se volvió a repetir el cloc, cloc, cloc, del día anterior y eso ya no me gustó ni un pelo. Me quedé un rato observando el plato. Los puntitos negros (que posteriormente me enteré de que era el pimentón quemado) seguían algunos flotando y otros se habían quedado pegados a las alubias. A simple vista el caldo no tenía nada que ver con el mi madre, rojo y espesito. Éste era más bien acuoso, incoloro y se encontraba bajo una espesa balsa de aceite.

Cogí una cucharada de caldo y probé a ver…. Hostia, la sal. Qué fallo. Así que pillé el salero y chas, chas, chas, sazoné a ojo. Removí y volví a probar. Bueno, un poco salado; no pasa nada. Ya la siguiente cucharada la cargué con las alubias…. Crujj, crujj, crujj… no encontré diferencia alguna entre las alubias y los chococrispis del desayuno… y todavía tenía para tres días más y faltaban diez para cobrar….

Quién cojones me mandaría a mí salir de casa, sollozaba mientras rumiaba.

Desde entonces ni se me ha ocurrido protestar a mi madre por la comida.

16 de abril de 2008

Estocadas gastronómicas


Uno siempre se ha considerado (con o sin razón) amigo del buen yantar. Para un servidor no hay nada como ir a Rabanales (cada cual tiene sus preferencias) para disfrutar de una excelente gastronomía. Bueno, abundante y barato. Lo de bonito, para mí, es lo de menos. Que las copas no sean de Cristal de Bohemia y que la vajilla no sea de diseño francés, ulalá, me la trae al fresco, que uno va a comer, no a un museo.

En todo esto pensaba el sábado pasado cuando me estaba acicalando para ir a cenar con mis amiguetes. A dónde cojones iremos hoy con lo sibarita que es el que reservó mesa, me preguntaba mientras perfumaba concienzudamente mi sobaquera. Y claro, uno que viene del pueblo acostumbrado al buen comer, y al buen beber, van y se lo llevan a cenar a un céntrico restaurante pijolero, donde en vez de abundar la buena comida y la vergüenza torera de lo único que andaban sobrados era de excesiva parafernalia y mucha cara dura.

La verdad es que para un tosco analfabeto en este tipo de restaurantes como yo es muy complicado acertar con los platos a elegir, así que suelo ir a lo fácil. De primero le dije al camarero que me trajera la ensalada con más variedad de ingredientes que encontré en la carta, imaginando de este modo que la cantidad de comida sería directamente proporcional al número de elementos y de segundo pedí Medallones de ternera en salsa de nosequé, ya que al no encontrar Solomillo escrito entre la diversidad de carnes deduje que los medallones de marras serían mi ansiado manjar.

Craso error. La microscópica ensalada multicolor venía como acojonada en un rincón de una descomunal y floreada fuente a lo Agatha Ruiz de la Prada, mientras que los medallones de marras no eran mas que un translúcido filete, lleno de ternillas, o sea, de los de batalla, recortado en tres trozos ovales y con un montón de salsa por encima para camuflar el crimen. El vino, para no ser menos, un Barón de Oña que valía una pasta venía, casi casi, granizado. Creo que no hace falta ser ningún refinado enólogo borgoñés para saber que el tintorro no se debe servir tan frío, por lo que me extrañó que el camarero todavía preguntase a quién se lo debía servir para la cata. Así pues, siguiéndole el juego al camareta, y sin tener ni puta idea del tema pero como dicta el protocolo en estos casos, comencé a oxigenar la copa con mucho movimiento de muñeca y excesiva parafernalia gilipollesca, lo cual debió mosquear considerablemente al camarero pues no esperó a que le diese mi bendición para continuar sirviéndolo.

Una vez concluida la faena y tras haber tomado el postre, el café y la copa de rigor solicitamos la dolorosa. Cuarenta y tres euros por barba. Así que con más hambre que el perro de un ciego, de muy mala gaita y sintiéndonos unos perfectos imbéciles salimos a la calle jurando no volver a pisar por allí por mas que el zaragatero de la entrada nos despidiera con un pase de pecho emplazándonos para otro día.

No habíamos acabado de salir todavía por la puerta, y con el estoque todavía clavado en la chepa (no nos cortaron las orejas y el rabo de milagro), cuando a pocos metros paró en un semáforo un repartidor de Telepizza. De repente me entraron unas ganas salvajes de salir corriendo y arrearle una hostia al mozo para hacerme con la Barbacoa familiar que mi agudo olfato había detectado. Nuestras miradas se cruzaron. Tal y como me está mirando ese hijoputa –pensaría el chaval- seguro que se ha quedado con hambre y viene a por mí. Y antes de que yo pudiese reaccionar salió zumbando.

10 de abril de 2008

La sabiduría de los mayores


Todavía recuerdo las historias que me contaban mis abuelos. Las de la guerra eran mis prefes. Uno puede ver películas o leer libros, pero no hay nada como que te lo cuente alguien que estuvo allí, que lo vivió y que tuvo la gran suerte de sobrevivir para poder contarlo. Era yo un manzanillo de no más de ocho años cuando, a la hora de merendar, le pedía a mi abuelo, insistentemente, que me hablara de aquellos años en los que por narices tuvo que estar sirviendo a su patria, o como se llamase aquéllo a lo que sirvió. Y mientras me comía una tosta o una fiyuela, -mis abuelos no tenían ni caramelos Wertters original ni pizzas Casatarradellas- escuchaba ensimismado sus andanzas por esos mundos de Dios.

Recuerdo especialmente una en la que estuvo a punto de cascarla. Iban por el campo cuando él se metió en un pozo con noria para apagar la sed. Se quedó rezagado y cuando salió casi lo cosen a balazos. Oía el zumbido de las balas que pasaban a mi lado, decía. Todos los años le pedía que me la volviera a contar y todos los años me la contaba.

Cuánto les echo de menos. Cuántas historias habrá como esa y cuántas películas se podrían rodar con las vivencias de nuestros ancianos. Pero, desgraciadamente, nadie se va a preocupar de que las sepamos jamás. Para la clase política de este país los viejos no generan dinero, sólo gastos. La riqueza que poseen nuestros mayores en su interior, en su memoria, es un diamante en bruto que hoy no vale nada. Nadie se va a preocupar de tallarlo pues a nadie nos importa ya lo que ocurrió hace 70 años. Lo putas que las pasaron, la manera de vivir y de sobrevivir. Historias reales, no muy lejanas, que ahora se nos antojan totalmente surrealistas. Muchas de ellas se han ido ya para siempre y otras se irán poco a poco y sin hacer mucho ruido, sin que nadie se entere.

A mí me encantaba charlar con mis abuelos, y como por desgracia no me queda ya ninguno pues “adopto” momentáneamente a los que me voy encontrando. Algunas mañanas suelo salir para dar un paseo por el pueblo y siempre me encuentro al paisano de turno sentado en un poyo frente a su casa, él solo, al sol, viendo pasar las horas. Entonces me le quedo mirando fijamente y al ver su impasibilidad concluyo que está sólo de cuerpo presente, pues su mente se encuentra en otro lugar, en otro tiempo. Seguro que ahora mismo va montado a caballo por el monte, de noche y con dos sacos de café de extranjis. Le espeto un ¡qué bien estamos aquí al sol, eh! Entonces retorna a la realidad y así, sin más, comienza la tertulia. Lo bueno es que la mayoría ya no recuerdan, o nunca supieron, las putadas que les hice años atrás. O quizá sí que se acuerden, pero a estas alturas ya no les quedan ganas de revancha.

Es curioso observar cómo muchos de ellos pueden estar horas perdidas sin entablar conversación con nadie, quizá, por desgracia, tampoco tengan con quien hacerlo. Uno baja al bar a tomar el aperitivo y a la vuelta se los encuentra en el mismo sitio, en la misma posición y con el mismo semblante. También uno se pregunta si esa vida es la que le espera en caso de llegar a viejo.

Pero también puede ser peor. Mucho peor. Cuántas personas mayores viven solas, pero ya no en los pueblos, pues en ellos la camaradería entre los vecinos es mucho mayor, sino en las ciudades.

Tuve una vez una vecina, que vivía sola, a la que también “adoptaba” a ratos. Le calculaba unos ochenta y pocos. Sus hijos, de mediana edad y viviendo a sólo diez minutos a pata, pasaban más de ella que Zapatero de la manifestación del sábado pasado. Ni siquiera le ayudaban con la compra y ella se lo tomaba con filosofía e incluso los comprendía y justificaba. Trabajan mucho para pagar la hipoteca, los niños...decía. ¿El trabajo?, ¿los niños?. Los cojones. La poca vergüenza.

Hace un par de semanas me pasé por mi antiguo barrio ex profeso para saludarla. Pero ya no estaba. Mi vecina, la señora Laura -precioso nombre para una abuelita- había muerto hacía unos meses. No quise preguntar más a los vecinos pero me imagino su final. Sola. Ahora el piso está en venta. Sólo espero que el dinero que saquen por él los hijos les sirva para pagar el crédito, para contratar una niñera y hasta una pornochacha o pornochacho si se tercia. De este modo seguro que no tienen que trabajar tanto y les queda tiempo para ir a clase y recuperar esa asignatura que les quedó pendiente. La de la vergüenza.

9 de abril de 2008

¿Quién mandará en el Pepé?


Tras una legislatura caracterizada por la constante crispación, avivada y fomentada, en parte, por una férrea oposición infligida por el sector más radical del Partido Popular, llegaron nuevamente los comicios. Y, para mal o para peor, según se mire, el Pueblo habló.

Parece ser que Mariano Rajoy se ha dado cuenta de que no tiene que buscar el voto de la derecha, ni de la extrema derecha, pues ya cuenta con él, y que realmente el voto que necesita es el de esa parte del electorado carente de ideales políticos fijos que, a la hora de votar, se inclina más por el voto útil, el voto de castigo o el de confianza. Necesita el apoyo de todos aquellos electores que, en el año 2000, otorgaran a Aznar la mayoría absoluta y que, cuatro años más tarde, dieran a Zapatero la victoria.

Consciente de ello, pero en contra de lo que aboga el sector más ultramontano del partido y, en contra, también, de lo que defiende el sector más ultravaticano y más ultrasur de su principal medio de comunicación afín, la Cope, ha decidido renovar las cara públicas del partido y, tras lo visto en el debate de investidura de ayer, moderar el discurso a pesar de la vuelta del burro Arias Cañete al trigo.

Pero, una duda me asalta y, por la hora que es, la de la siesta, parece que me impide conciliar el sueño. ¿Será capaz, don Mariano, de llevar a cabo el proyecto de renovación y, sobre todo, de moderación contra el viento y la marea que lleva algún tiempo levantando Jiménez Losantos en su contra? Tras una breve reflexión la negativa parece ser la respuesta más lógica. El poder (fáctico) que el periodismo tiene en España, en general, y Jiménez Losantos en el Pepé, en particular, hace presagiar que los días que le quedan a don Mariano en la vida pública estén contados. La distribución que Mariano Rajoy y sus secuaces han hecho de los compromisarios para el próximo Congreso y la elección de Soraya Sáez de Santamaría como secretaria de política autonómica han sido las gotas que han colmado el vaso de la paciencia del periodista. Las mordaces críticas que, día sí y día también, le dedica, unido al incondicional apoyo que profesa por Esperanza Aguirre así lo hace entender.

De momento, Esperanza Aguirre ya ha comenzado a mover ficha pronunciando un discurso propio de un líder. El descarado alarde de liderazgo del que hizo gala en el sarao del ABC ante un impávido don Mariano hace sospechar que, efectivamente, en el próximo congreso del mes de Junio habrá más de una candidatura a la presidencia del Partido.

Pronto saldremos de dudas y veremos si los besos que a modo de saludo propinaba a don Mariano durante los mítines de la campaña electoral no eran más que felones ósculos propinados para delatar al Rabí (Rajoy) ante el sumo sacerdote (Jiménez Losantos) tal y como la Biblia cuenta que ocurriera en el huerto de Getsemaní.

22 de enero de 2008

A doña Tulipán

Ay, doña Tulipán, amor mío,
vengo hoy a la tecla hecho un lío,
amargado, afligido, arrepentido y corrido,
por lo que últimamente me ha acontecido.

He de confesaros, Tulipán mía,
que hoy poseéis gran astada,
pues anoche arribé a Fonfría,
hasta la venta de las luces coloradas,
donde las jarras de vino están frías,
y las damiselas esperan a horcajadas.

Vive Dios que de vos me acordaba,
que deseaba sentir vuestro aliento,
pero al imaginaros con otro encamada,
y, qué raro, yo estaba sediento,
el vino a subía y bajaba,
en el local de María Sarmiento,
mujer rica y acaudalada,
gracias a este establecimiento.

Acercóse a mí una joven dama,
mas acierto a pensar que era mora,
pues sus ojos me deslumbraban,
cual primer rayo de la aurora,
de piel dulce y aterciopelada,
y buen par de cantimploras.

Subí ya borracho a la alcoba,
dispuesto a ayuntar por despecho,
pues la mora se volvió medio loca,
cuando vio to`el tema derecho,
y cual Rómulo o Remo a la loba,
se puso a…. tomar de mi pecho.

Lo que ahora voy a contaros,
os pido guardéis en secreto,
mas ruego no oséis mofaros,
componiendo vos un soneto,
pues hasta don Luis me ha jurado,
que él también sería discreto.

En el catre hallábase a cuatro patas,
cual ardiente y encelada felina,
pues obscenos gestos me dedicaba,
deseosa de ser embestida,
mientras tanto yo el sable afilaba,
y lo untaba bien de vaselina,
no fuera a ser que no lubricara,
pues sabido es que si no, no patina.

Hallándome ya sobre de ella montado
cabalgando como yo sólo sé hacerlo
osé soltar una mano
que tenía estirando del pelo
y poco a poco la fui bajando
con el fin de llegar al ciruelo.

Pero topeme con algo afilado,
sin acertar a saber qué era aquello,
duro como un témpano helado,
pero caliente y recubierto de vello.

¡¡¡Vive Dios, que la he atravesado!!!
pardiez, qué larga la tengo,
por esto seguro seré recordado..
allende jamás de los tiempos.

Pero enseguida dime de cuenta,
a quién pertenecía el badajo,
pues no era precisamente Cenicienta,
a quien yo tenía debajo.

Os pido a vos doña Chelo
que para mí hagáis de Chelestina,
pues tengo la moral por el suelo
y mi amada estará que trina,
por haber fornicado a un travelo
que decía ser mora zaina
pero que tras el tupido velo
escondía, precisamente, bandolina.

18 de enero de 2008

A doña Chelo

Ay, doña Chelo, lengua viperina
me ausento y vos malmetiendo.
¿Será, acaso, envidia cochina?
mas yo creo falta de ayuntamiento
pues me consta que requerís de aspirina
cuando veis al consorte contento
y os intenta arrimar la sardina
para aliviar lo del semen retentum.

Y, confesad, ¿qué es eso de los picos pardos?
Osad decirme cuándo, con quién y cómo,
no son más que envenenados dardos
lanzados Sin ningún tipo de aplomo
cual cazador que apostado en su aguardo
tira a traición al palomo.

Ay, doña pollas como ollas,
o como troncos de secuoyas,
dejaos ya de farfollas!!!
pues aqueste maromo
aunque no lo imaginéis ni por asomo
gasta buena cinta de lomo.

Y si no, preguntad a mi amada Tulipán
cómo se le pone a este donjuán
cuando muslo pa´quí, muslo pa´llí y pam, pam, pam pam…

17 de enero de 2008

A doña Tulipán

Osáis dudar de mi higiene,
mas ignoráis que soy un caballero,
de los que junto a la jofaina tiene
por fragancia Varón Dandy, por jabón Tulipán Negro.
De plata está hecho mi peine,
de oro el mi toallero.

Respondo al nombre de Leonardo,
Leonardo Villegas Carbonero,
de oficio mal bardo,
pésima pluma en astillero,
pero que guarda bajo el tanga leopardo
la espada que ha de atizar su tr… brasero
al ritmo que vaya marcando
don Paquito Chocolatero (Ey, ey, ey)

He de confesaros algo,
con vos seré sincero,
si por algo soy afamado,
es por ser cruel mujeriego,
pues a Bercianos os pondré mirando,
para alimentar mi orgulloso ego,
y os costará volver andando ,
después tanto traqueteo.

Pero al veros a mís pies rendida
tras mi primer y cutre soneto,
ya os veo convencida
de que ahora la saco, ahora la meto,
y tal vez cambie de vida
y afronte este nuevo reto
de traer un manzanillo a esta Viña,
pues mis padres quieren ya un nieto.

11 de enero de 2008

La señal obligatoria V-19


Hola, chatos. Siempre he sido carne de cañón para los controles policiales. Supongo que el tener pinta de moro, el ser feillo y, sobre todo, el tener la patera matriculada hace 9 años en Territorio Comanche (SS) tiene la culpa de ello. Así que, consciente del estigma que acarreo, cada vez que la autoridad competente me da el alto digo sí wana a todo para evitar males mayores. Y es que, como para todo en esta vida, la (mala) experiencia es un grado.

En todo esto pensaba el otro día cuando vi, a lo lejos, un control de la Guardia Civil de tráfico cuando me dirigía a llevar unos trastos viejos al Punto Limpio. Fui reduciendo la marcha esperando que al agente de turno le saltase el automático y me diese el alto, pirulo luminoso en ristre, al leer las dos eses de la matrícula de mi coche. Y efectivamente... Pare aquí a la derecha, interpreté, al ver los Evanassárricos aspavientos que el benemérito agente me dirigía agitando ostensiblemente el pirulo. Y yo, que soy obediente porque el mundo me ha hecho así, detuve la marcha.

-Buenos días, me espetó. Me permite la documentación del vehicúlo y su carné de conducir? Uy, ¿y la pegatina de la Iteuve? Y esa carga que lleva detrás, ¿no la asegura?- Y mientras me inclinaba hacia la guantera para darle los putos papeles exclamé para mí: Carbonero, éste te va a poner el culo como un bebedero de patos, colega.

-Pues verá usté, señor agente, tuve que cambiar la luna y no me volvieron a colocar la pegatina. Como puede observar no es la luna original del vehículo.

-A ver. La factura de la luna-, dijo parafraseando en tono y forma al cabo de Airbag.

-Pues mire usté, la factura, de no estar quemada, está en un pueblo de Zamora, que es donde cambié la luna.

-Pues le voy a tener de denunciar. De todos modos, si usté presenta la factura, la denuncia queda anulá.

Dióse media vuelta y dirigióse hacia el coche patrulla. Y mientras rellenaba la dolorosa postrado en pompa sobre el capó del vehículo me entraron unas ganas salvajes de salir del coche y devolverle la cochinada al son del Paquito Chocolatero, pero, a Dios gracias, me abstuve.

-Aquí tiene. La puede pagar usted al Central Hispano. Son 150 del ala, pero si la paga antes de un mes se le rebaja un treinta por ciento. O sea, se le queda en 105.

-(Pues por el culo te la hinco). Verá usted, como comprenderá no voy a hacer un viaje hasta Zamora para coger una dichosa factura, así que permítame una consulta: sé que por la dichosa matrícula me van a parar siempre, así que si ahí más adelante hay otro control ¿qué puedo hacer para que no me denuncien?

Y él, dibujando en su careto una estúpida sonrisa irónica acompañada de un gesto sorpresivo, dio tres gráciles saltitos hacia atrás para quedar justo frente a mi vehículo y escupir: -ahí váá, pues pensé que era de Sevilla. Pero de todos modos les enseña usté esta denuncia, y ya está. Ji, ji.

Y en ese preciso instante empecé a dudar de la capacidad intelectual del guardia…

-(Sí, de San Serení de la Sierra, no te jode). Verá, con lo de “ahí más adelante” no me refiero a espacio, sino a tiempo. Es decir, una vez haya pagado ya esta multa.

-Le repito que si presenta la factura de la luna evitará que le vuelvan a denunciar.

-Y yo le vuelvo a repetir que no voy a ir a Zamora expresamente a por la factura. Me refiero a otra alternativa. ¿Qué puedo hacer?

-Jum, jum, jum, presentar la factura. Que se la manden por fax.

Entonces mis sospechas se vieron confirmadas a la vez que me empezaba a hervir la sangre viendo el choteo que se traía el colega ya que sólo le falto añadir “jódete y baila”.

-Bueno, pues mañana iré a la Iteuve a por una pegatina, exclamé resignado lanzando la caña.

-Pues como no enseñes la factura o conozcas a alguien allí no te la van a dar. Lo tienen terminantemente prohibido. Chincha, revincha.

-Pues verá usted, no conozco a nadie en la Iteuve y siempre que la he pasado me han dado la pegatina. Porque, puedo pasar la Iteuve, ¿verdad?- le repliqué haciéndome el tonto y haciéndole, mentalmente, claro, un corte de mangas y tres pedorretas.

Entonces, y tornando su semblante hacia un careto de muy pocos amigos me invitó a seguir mi camino espetándome un seco y autoritario CIRCULE, que me quitó las ganas de seguir vacilando a la vez que se me aflojaban los esfínteres.

1 de agosto de 2007

Seguidores de Cristo


Hola. Pues nada, que el otro día iba yo por la calle Goya con una sonrisa de oreja a oreja y los ojos haciéndome chiribitas tras haber recibido un efectivo tratamiento anti-estress en un céntrico sex-show de Madrid cuando de repente me quedé clavado en el sitio al percatarme que una marabunta de gente se dirigía hacia mí. Como venían todos de Ralph Laurent, peinados a raya y tal y cual, y encima en manada, la primera impresión fue que se trataba de la enésima manifestación del Pepé en contra del Gobierno. Pero ante la ausencia de banderas nacionales, de arengas nacionales y de policías nacionales deduje que no, y la incertidumbre se apoderó de mí.

Según se iban acercando me percaté de que todos llevaban en la solapa una tarjeta en la que, imagino, ponía el nombre de cada individuo, e individua que diría el Lehendakari, precedido de un SIGAMOS A CRISTO!!! Así pues, nada más leerlo me giré como impulsado por un resorte buscando a un tipo melenudo, barbudo y con ropas andrajosas, o camiseta heavy en su defecto, no fuera a ser que me hubiera cruzado con el Hijo de Dios y no me hubiese dado cuenta de tan magnánimo encuentro al ir yo pensando en lo mío (y en lo de la otra….) Total, que al ver que nadie se correspondía con mi búsqueda me dirigí a una pareja madura de las que portaba la tarjetita y exhibiendo la mejor de mis sonrisas Japident y muy intrigado les pregunté educadamente a ver de qué se trataba todo aquello. Ellos, alagados por la pregunta, me respondieron muy educadamente también que se trataba de un congreso de Testigos Cristianos de Jehová en el que se iban a bautizar no sé cuántos nuevos adeptos y al que, por supuesto, me animaron a asistir aunque no fuese, todavía, añadieron, de su devoción. Y yo, lejos de revolcarme por el suelo de la risa me despedí agradecido con un escueto ya me lo pienso acompañado de otra sonrisa y de un gesto a lo Richard Clayderman en su piano sin control.

Hoy llego a casa y veo en las noticias que los Talibanes se van cepillando poco a poco a los voluntarios surcoreanos que, enviados por no sé qué Iglesia, están en Afganistán en misión humanitaria. Y recuerdo a aquel hermano de La Salle que me dio clase cuando yo era un mequetrefe y que pasó de todo, y de todos, y se fue a El Salvador de misionero porque sentía la llamada de Cristo. Y se me vienen a la memoria esos curas y monjas que se encuentran de misioneros en África y que se niegan a dejar la misión cuando al negro de turno se le cruza el cable y empiezan las hostias a diestro y siniestro aunque las autoridades aconsejen salir zumbando. Y ahora vuelvo a recordar que el sábado me invitaron a seguir a Cristo por las calles de Madrid. Que tiene cojones también el asunto.

Me voy a echar la pota.

7 de julio de 2007

Al tí Miguel y a la tí María


Este fin de semana, como cada primer fin de semana de julio desde que ella murió, cuando me encuentre de copas por ahí brindaré por ellos. Por la tí María y por el tí Miguel; los del rincón del barrio de abajo de Palazuelo. La verdad es que tenía pensado pasar estos días por la tierruca pero razones que no vienen al caso no va a ser así. Y me hubiera gustado rendirles homenaje sentado en la barra del bar de mi amigo Germán, allí en Palazuelo, y haberme tomado con él unas cervezas. Incluso sopesaba la idea de acercarme cerveza en ristre al camposanto, donde ambos ya descansan, y eso que no soy muy amigo de visitas a este tipo de lugares. Las visitas, y la compañía, procuré hacérselas en vida, que era cuando más me daban, más lo necesitaba y más se lo agradecía. Ahora ya...

Siento que nunca los disfruté lo suficiente y que nunca les demostré todo lo que les quería. Quizá, con este insignificante reconocimiento pretenda, en vano, pagar todo lo que me dieron y demostrar cuánto significaron para mí.

Cuando era un rapaz, ingenuo de mí, pensaba que siempre estarían ahí cada vez que llegara al pueblo. Que siempre me darían cinco de los antiguos duros a escondidas para comprarme chucherías cada vez que me portaba mal ya que mi madre se negaba a soltar viruta, cómo no, tras arrearme un estacazo con una zapatilla. O que siempre cuando me levantara en invierno cada mañana, cuando bajara del sobrao enturunao de frío, estaría allí la tí María sentada en el escaño, calentándome la ropa en la lumbre y con la morcilla preparada en el pote para desayunar. Pero claro, a esas edades lo único que uno se plantea a largo plazo es qué pedir en la carta a los Reyes Magos. Poquita cosa más.

Aunque vagamente, recuerdo aquel primer verano en que me quedé solo con mis abuelos en el pueblo. Era yo un manzanillo de no más de cuatro años cuando por avatares de la vida mis padres hubieron de dejarme con ellos. Por aquella época el ti Miguel y la tí María todavía tenían hacienda que atender así que por si aquélla fuera poco les llegaba crío que aun sin levantar un palmo del suelo ya apuntaba maneras de canalla.

¡Madre de Dios, cuánta guerra les daría durante aquel mes de julio! Después, con el paso los años, y durante las largas charlas que manteníamos al calor de la lumbre durante las visitas de rigor, contaban entre carcajadas todas las tropelías que cometí durante aquel mes que me tuvieron con ellos. La osadía de adoptarme se saldó con un conejo medio ahogado en la pila de las vacas y con un ojo a la virulé, una gallina coja, no sé cuántos huevos escachados y un desfalco considerable en el vasar donde guardaban el chocolate a la taza que rayaban todas las mañanas para desayunar. Las huellas que dejaban mis incisivos en las tabletas fueron la prueba irrefutable para declarar al abajo firmante como culpable del delito por más que servidor se declarara inocente tras jurar haber visto a una pareja de ratones huir del lugar de los hechos con parte del botín. De las demás fechorías jamás hallaron pruebas incriminatorias. Ni falta que hizo.

Recuerdo que un día de verano, tras haber pasado un rato agradable en su compañía, salieron a dar un paseo como tenían por costumbre cuando ya el Sol dejaba de apretar. Ese día me quedé observando cómo se alejaban lentamente por el camino ayudándose el uno al otro agarradicos del brazo mientras el astro rey desaparecía tras las pajizas laderas del cerro de la Urrieta. Y me dije: ahí los tienes, colega, toda la puta vida juntos y míralos cómo se quieren todavía; quedando esa tierna, y a la vez triste, imagen grabada en mi disco duro. Tierna, como he dicho, al ver el gran amor que todavía se procesaban después haber pasado más de medio siglo juntos. Algo casi inaudito hoy en día. Y triste porque ese día experimenté por primera vez esa sensación que hace que a uno se le encoja el estómago mientras se le
humedecen los ojos al darse cuenta de que ya pocos años más iba a poder disfrutar de su entrañable compañía.

13 de abril de 2007

Cambio Radical: la forja de un chocholoco


Hola. Pues nada, que estaba yo el domingo por la tarde esbarriao en el sofá intentando, en vano, resolver el Sudoku Samurai que venía en el suplemento dominical mientras escuchaba Carrusel Deportivo. Decía el enunciado del invento suizo que el tiempo estimado para resolverlo es de una hora y yo, que llevaba ya tres y pico, todavía no había descifrado ni la mitad de las casillas. Total, que a eso de las 23:30, como se acabó Carrusel Deportivo y el Sudoku me tenía ya hasta los cojones, apagué el arradio y puse la tele para ver qué había. Andaba yo en ésas, con el mando en una mano y el Sudoku todavía en la otra, cuando me encuentro que en Antena 3 había un programa de esos de sociedad presentado por Teresa Viejo, a la que, entre aspaviento y aspaviento, estaba apuntito de salírsele una teta por el canalillo. Y como considero que es una señora digna de ponerla mirando a Bercianos y hasta luego, Lucas, me deshice del puto Sudoku y me encendí un pitillo esperando, en vano, también, que el Señor escuchara mis plegarias y finalmente asomara por el generoso escote alguna de sus prominentes glándulas mamarias.

Y así, a lo tonto, a lo tonto, me quedé viendo el programa. En un principio pensé que se trataba de un programa del estilo Sorpresa, Sorpresa, o El programa de Patricia, ya que lo primero que vi fue a un paisanín de unos 25 tacos, con cara de toli y pinta de faltarle media pedalada, jurando que tenía ya muchas ganas de ver a su parienta. Pero al poco tiempo descubrí que no, que realmente se trataba de un programa en el que una titi poco, o nada, agraciada físicamente entraba siendo un adefesio y tras pasar dos meses aislada del mundo real, y tras 5 ó 6 operaciones de cirugía estética (pechos, nariz, dientes, liposucción, etc), salía divina de la muerte pero ya apuntando maneras de lo que ahora se hace llamar personaje de papel couche -aunque hay quien prefiera utilizar el antiguo y castizo nombre de putón verbenero o chocholoco-. Y es que, como aseguraba el narrador mientras la susodicha hacía su aparición estelar en el plató, con mucho aparato y mucho movimiento de cadera, Jacinta, Mari Pepi, o como se llamase la seleccionada, a sus 23 primaveras ha dejado de ser una chica de pueblo para pasar a ser ahora toda una mujer sofisticada que podrá conseguir todo lo que se proponga tras su cambio (de imagen) radical. Y para que se le quede bien grabado en el disco duro, después de habernos secado todos las lágrimas tras habernos emocionado al verla tan guapa, la presentadora se lo vuelve a repetir mientras ella da las gracias y asiente convencida: Jaci, cariño, ya puedes comerte el mundo. Que seas muy feliz con tu nueva imagen,

Y ahí está el problema, que consiguen vendernos que la felicidad y la ambición han de ir unidas inevitablemente a la (buena) imagen, al glamour y a la cabecita llena de pajaritos, pío, pío. Y si uno ve las portadas de las revistas del corazón con Yola Berrocal, Belén Esteban y las pedorras de Gran Hermano se dará cuenta de que tienen razón y que ahora para ser feliz y triunfar en la vida da igual que una sea completamente imbécil, pues estará amparada por un par de buenas domingas, por una oportuna apertura de piernas ante el pene adecuado y, cómo no, por la osadía que otorga la ignorancia.

30 de diciembre de 2006

La Navidad que no volverá


Cuando era pequeño me encantaba la Navidad. Pero no esa Navidad de postal y pastel que nos ofrecen ahora nuestro Ayuntamiento y El Corte Inglés. No, esa no. En mi Navidad no había luces de colores, ni brillantes serpentinas zigzagueando entre las ramas de unos árboles cargados de bolas multicolores. El nacimiento que más me llamó la atención fue el de un jato que vino a este mundo un 26 por la noche. Y en las calles no había nada que hiciera sospechar que nos encontrábamos en Navidad pues no había adornos en las farolas ni Papanoeles colgados de ellas. Ahora que lo pienso, si es que apenas había farolas en las calles.

La nota predominante en mi Navidad eran las heladas. Durante todo el día hacía un frío que pelaba, chacho, y la única manera de quitarlo era ahumándose uno en la lumbre o en la cama siendo literalmente aplastado por una tonelada de mantas y cobertores que se empeñaban en apisonarle a uno contra un colchón de lana de esos que dejaban la espalda hecha un cromo. (A veces pienso lo complicado que tenía que ser entonces echar un cohete con unas condiciones climatológicas tan adversas). Ahora, uno viene de la calle hecho un carámbano y no tiene más que entrar en su casa, que se encuentra a 20 grados gracias a la calefacción, y meterse en la ducha para salir como nuevo. Antes, por los cojones. A ver quién era el guapo que era capaz de ponerse en pelotas y, después de encontrárselas, meterse en la bañera con la esperanza de que no se acabase la bombona de butano. Después, tras haber estado 15 días hecho un gorrín, como es lógico, uno llegaba a la ciudad oliendo a morcilla. Y a tachín de mona.

Hasta hace como quien dice cuatro días no sabía lo que era cenar en Nochevieja langostinos, sopa de pescado, cordero asado y nosecuántas mariconadas más. Y ni putas ganas que tenía de saberlo. Mi cena de Nochevieja de cada año era un arroz con pollo que mi abuela se curraba en el pote como Dios manda. Un gallo de esos que nacían en el corral allá por Semana Santa y que nacían, también, con la fecha y la hora de caducidad tatuadas bajo un ala: 30 de diciembre de los corrientes, 17:00h, media hora arriba, media hora abajo.

Lo guapo de aquello también era el ritual que se llevaba a cabo para darle matarile al gallo. La detención del sujeto se llevaba a cabo por las bravas: mi abuela, de negro, con pañuelo en la cabeza y de mala leche, cual antidisturbios de la Ertzantza, acorralaba al pollo entre el cabañal y la corteja al grito de recondenación de gallo, ven aquí, cabrón. Y el condenado, que sólo acertaba a decir korok korokokok, ko kok, (imagino que estaba mentando a mi bisabuela) intentaba escabullirse, en vano, pues sabía la que se le venía encima. Cuitao de gallo. Una vez reducido y esposado con cuerda de la era, el detenido pasaba a la cocina donde ante los ojos de un manzanillo se le aplicaba la pena capital. Después, a la noche siguiente toda la familia nos sentábamos alrededor de la lumbre y dábamos buena cuenta de un guisado que estaba que se cagaba la perra. Rediós, qué pollo. Ya no recuerdo qué es eso de tener que tirar con los dientes para arrancar la carne del hueso.

Hoy no estoy seguro de qué es lo que cenaré mañana. Pero me lo imagino. Sé que, como de costumbre, no me harán ni puto caso y la madre que me parió y su marido se pegarán una “paliza” durante toda la tarde con el rape, las gambas y toda la hostia para hacer la sopa de pescado y lo que venga después. Dicen, justificándose, que es para cenar algo especial, algo que no cenas el resto del año.

Con lo a gusto que se iba a quedar servidor con uno de aquellos pollos y una botella de Cermeño.

23 de noviembre de 2005

El Estatutón: un nuevo estatuto político para Aliste

ESTATUTÓN


DICTAMEN
Nuevo Estatuto Político para el Pueblo de Aliste.

PREÁMBULO
El Pueblo de Aliste, consciente de que llegan tiempos de cambio, no quiere quedarse atrás, así pues, el Pueblo de Aliste, tomando como ejemplo al Pueblo Vasco y al Pueblo Catalán, redacta y da a conocer al mundo su nuevo Estatuto Político. Y nos referiremos a él como El Estatutón.

El Pueblo de Aliste es un Pueblo con identidad propia, una página web propia y un foro propio, en el conjunto de los Pueblos de Internet. También tiene una identidad propia dentro del conjunto de Pueblos de Europa, África, Asia, América y Oceanía. Incluso tiene identidad propia también en el conjunto de los Pueblos sitos dentro del Sistema Solar. Hasta nos atreveríamos a afirmar, so pena resultar reiterativos, que posee identidad propia, también, en el conjunto de Pueblos del extrarradio del Sistema Solar. En consecuencia, creemos que son motivos más que suficientes para poder afirmar, sin dar lugar a ningún género de duda, que el Pueblo de Aliste es un Pueblo con identidad propia. Y dos cojones.

Así pues, y por cuanto antecede, los habitantos y habitantas de los Pueblos de Aliste ratificamos el presente Estatutón y lo denominamos como un Estatutón de la Virgen para el Pueblo de Aliste.

TÍTULO PRELIMINAR

Artículo1. Aliste, también, es una Nación.

Artículo 2. Se reconoce oficialmente la nacionalidad alistana para todos los habitantos y habitantas habituales de Aliste. Del mismo modo gozarán de este insigne linaje aquéllos que, aunque sólo sea por un corto espacio de tiempo, habiten de vez en cuando en Aliste. Así mismo gozarán de tal fastuoso privilegio todos aquellos hijos y nietos de Alistanus de pura cepa. Al resto de foráneos, y tomando como ejemplo también al Pueblo Vasco y al Pueblo Catalán, se les denominará Talaburcios.

Artículo 3. Ningún habitanto o habitanta de Aliste podrá ser discriminado bajo ningún concepto, ni de sexo, ni de idioma, ni de religión y todos y todas gozarán de las mismas oportunidades a la hora de acceder a un cargo público.

Artículo 4. Para poder acceder a un cargo público será condición sine qua non el dominio de la lengua Alistana. El que no sepa Alistanu, pues nada, se le dará pomada y se le aplicará vehementemente el artículo cinco del presente Estatutón.

Artículo 5. Por el culo te la hinco.

Artículo 6. El idioma oficial de Aliste será el Alistanu. Coexistirá con el Castellano y compartirá oficialidad. Todos los habitantos y habitantas de los Pueblos de Aliste tendrán el derecho y el deber de conocer y utilizar el Alistanu. Si no lo saben; que aprendan, o se les aplicará vehementemente también, y con alevosía, el Artículo 5 del presente Estatutón.

Artículo 7. El Pueblo de Aliste, tomando como ejemplo al Pueblo Vasco y al Pueblo Catalán, se reserva el derecho de anexionar libremente a su territorio a otros Pueblos, o Pueblas, colindantes.

Artículo 8. El Pueblo de Aliste, acogiéndose al Artículo siete del presente Estatutón, decide libremente, y por iniciativa propia, anexionar a su territorio, y anexiona, al Pueblo de Toro, a la Puebla de Sanabria y a la Pueblica de Valverde. Y que se anden con ojo los de Vallecas pueblo en Madrid.

Artículo 9. El documento de identidad oficial del Pueblo Aliste será el Carnetón. También llamado Carnetón de la Virgen.

Artículo 10. La bandera oficial del Pueblo de Aliste será el Pañuelo Merino y ondeará en lo alto del Mayo.

Artículo 11. La bebida oficial del Pueblo de Aliste será la Cocacola mezclada con tantín güisqui. El justo para quitar el dulzor al refresco.

Artículo 12. Del mismo modo, y tomando también como ejemplo al Pueblo Vasco y al Pueblo Catalán, el Pueblo de Aliste ha decidido establecer como seña de identidad propia, y como escudo de armas, a la Polla Pedresa. Se permitirá el merchandaisin en forma de pegatina para el carro lasvacas, el carro laburra o el remolque.

Artículo 13. La Ternera de Aliste queda nombrada por unanimidad como Presidenta de la Comisión de Derechos Humanos del Parlamento Alistano.

DISPOSICIÓN FINAL
Se insta a todas las naciones limítrofes a la Nación Alistana a que promulguen un boicot hacia el solomillo y las mollejas asadas de Aliste. Que que a veces voy a Rabanales y no los tienen.

10 de octubre de 2005

En busca del sueño europeo


Durante estas últimas semanas me ha sido completamente imposible no acordarme de mis tiempos de miliko. Hasta entonces sólo los recordaba cada vez que me he reunido con Nieto, mi amigo de la mili. Mi amigo. Y siempre recordamos lo mismo; nuestras borracheras en el Cargadero del Mineral, que es la zona de copas de Melilla, y las que liábamos en el Santiago, nuestro cuartel.

Soy consciente de que no hay nada peor que escuchar a un tío contar las batallitas de la mili, pero hoy es lo que toca. Como iba diciendo, estos días ha sido inevitable no recordar todas aquellas horas que me tiré en la frontera de Melilla con Nador “vigilando” para que ningún moreno cruzara la alambrada. Una alambrada que no era, ni por asomo, como la que vemos hoy por la tele. Aquélla era mucho más rudimentaria. El alambre de espino se entrecruzaba en zigzag, y en todas las direcciones, entre tres filas de estacas metálicas, formando así una maraña de pinchos de aproximadamente un metro de altura y cerca de cuatro de ancho a lo largo de toda la frontera.

Nunca olvidaré la primera noche de retén en la frontera en la que vi a un grupo de negros. Nuestra franja a cubrir iba desde la aduana de Beni Enzar hasta la playa del Barrio Chino y aquella noche me tocó ponerme cerca de la aduana. Eran las tres y pico de la madrugada –llevaba allí desde las diez de la noche- y apenas me quedaba tabaco, las pilas del walkman las había fundido y, además, el libro que llevé me estaba aburriendo como a una ostra. Así que me fumé un berrugo y me tiré en el suelo, con la mochila de combate a modo de almohada y con el poncho para la lluvia como improvisada manta para resguardarme de los enormes mosquitos que acechaban, dispuesto a echar una cabezadita aunque sólo fuera hasta las cinco de la madrugada, que era, más o menos, cuando pasaba el suboficial de retén repartiendo café y un paquetito de galletas.

No había acabado de acomodarme cuando les vi al otro lado. Eran unos cinco o seis jambos. Lo único que les quedaba por delante para ver cumplido su sueño, después de haberlas pasado más putas que Caín, eran cuatro metros de alambrada y un infante Regular medio fumao al que a malas seguro que no le calcularon ni media hostia. Como para echarse para atrás. Al verlos me incorporé sobresaltado e instintivamente me puse a gritar como una histérica acojonada por más que ellos me rogaran que guardara silencio para no delatarlos. Pero al verme tan nervioso y sentirse descubiertos desaparecieron en la oscuridad de la noche. A los dos minutos llegaron el sargento de retén y una pareja de la Guardia Civil para recibir novedades, así que tras una breve explicación de lo sucedido y el saludo de rigor me volvieron a dejar solo.

Pero ya no pude conciliar el sueño. Estaba inquieto, incómodo. No podía quitarme de la cabeza la imagen de sus caras suplicando encarecidamente que no les delatara. Que les dejara pasar. Fue en ese momento cuando empecé a analizar por qué estaban allí. Hasta entonces ni me lo había planteado. La respuesta fue rápida y sencilla a la vez. Guerras, destrucción, limpiezas étnicas, hambre, miseria. Y yo, con mi voz de alarma, acababa de cercenar su esperanza y de tirar por la borda todo el esfuerzo que les había costado llegar hasta allí; meses y meses recorriendo a pata un terreno completamente desértico, soportando temperaturas extremas, gastándose el poco dinero que tenían con las mafias y sobornando a los Mehaznis marroquíes para que les dejaran pasar.

El sábado vi un reportaje en el que se rendía homenaje a Lázaro Cárdenas, Presidente de México allá por los años treinta, por haber acogido a todos aquellos españoles que huyeron tras la caída de la II República. Seres humanos que, al igual que los negros de Melilla, también huían de su país. Y allí, tirado en el sofá de mi casa y viendo cómo embarcaban los españoles hacia México, me volví a sentir un hijo de la grandísima puta.

1 de octubre de 2005

Un día republicano lo tiene cualquiera


El caso es que como estamos en el tiempo de la berrea y como, según parece, es la época del año en que las hembras parecen ser más propensas al ayuntamiento carnal, el jueves por la noche salí por Madrid luciendo mis mejores galas: pantalón vaquero nuevo, camisa de primera marca, zapatos mocasines y, como si se triunfa hay que dar buena imagen, unos boxer de lycra Calvin Klein que me costaron un testículo de pato.(Que sí, que ya sé que es una imbecilidad pagar una pasta por algo con lo que sólo vas a vacilar 5 minutos; que es lo que se tarda en quedarse uno a pilutrín. Alguno seguro que está pensando: pues si lo sabes ya te vale, subnormal. Pues sí, pues tiene razón. Pero qué le voy a hacer yo. No es plan de salir, y alguna vez me ha pasado, que te suene la “flauta”, encuentres a una cierva receptiva, y cuando llegas al hotel dispuesto a consumar a la titi se le vaya la libido al verte en unos gayumbos de esos de tela que dejan que todo vaya a su libre albedrío, tolón, tolón, o en unos slips de esos con dibujitos de patitos, gatitos o tortuguitas. Sí, coño, de esos que son la mar de cómodos, que lo sujetan todo hasta que se quedan medio transparentes y pierden la goma de tanto lavao, y que todos tenemos gracias a que nos los compran en Portugal nuestra madre o nuestra parienta, ya que ninguno tenemos lo que hay que tener para ir a comprarlos).

Bueno, como iba diciendo (y a ver si lo digo de una puta vez) estaba en Madrid y aparqué el coche en la calle Marqués del Duero (calle perpendicular al Paseo de Recoletos, sita justo detrás del Palacio de Linares) a eso de la 01:00 am y me fui por los garitos de la zona con mi amigo Emilio, que vive por allí cerca.

Como a eso de las 06:00am todavía no había sucedido nada digno de reseñar, o sea, que nada de nada, y como el volumen de alcohol en mi sangre era directamente proporcional al volumen mismo de la sangre, pues opté por quedarme a sobar en casa de Emilio.

Me desperté a eso de las 08:30am para ir a por mi coche, evitando así que me pusieran una multa ya que estaba aparcado en zona azul y la O.R.A comienza a partir de las 09:00 am. Total, que cuando llego a la calle en cuestión cuál fue mi sorpresa que mi patera había desaparecido. Me dirijo a un agente de la Policía Municipal que había por allí y al comentarle la jugada me dice el tío que se lo ha llevado la grúa al deposito municipal alegando “acto público autorizado” ya que mi REY iba a hacer no sé qué por allí y mi vehículo resultaba un "estorbo" para garantizar la seguridad del monarca. Me sugiere que vaya a Colón, unos 350m Paseo de Recoletos arriba, ya que es allí donde me darán la autorización para la retirada del vehículo.

Así que con una caraja del quince, y un mosqueo considerable, me fui calle arriba tal y como el Pitufo me había indicado. Al llegar a las oficinas municipales destinadas a tal efecto me dirigí a una de las ventanillas donde un imbécil con coleta me aseguró que no le constaba que mi coche se hallase en ningún depósito. No obstante me invitó a que me quedase por allí esperando, de pie, ya que era bastante probable que todavía no hubieran introducido los datos en el puto ordenador, lo cual hizo que me rechinaran aún más los dientes hasta tal punto que todavía hoy tengo flojos cuatro empastes.

Media hora más tarde, y tras haberse tomado en mi presencia un café con un donuts y un croissant, y después de haber ido al baño a fumarse un pitillo, se dignó el hacendoso funcionario a entregarme un plano fotocopiado que indicaba el lugar exacto donde podía recoger mi coche. Paseo Imperial, rezaba en el papelorio. Cógete un taxi o vete en el metro, me sugirió el hijoputa. Andando voy a ir, no te jodde, le aclaré yo. Así que tras esperar otra media hora para coger un puñetero taxi, (pensando que sería lo más rápido) y después de que el taxímetro marcara 7.80€ tras otra media hora de carrera por el atascado centro de Madrid, llegué al Paseo Imperial ese de marras y retiré mi vehículo tras haber firmado sendos autógrafos a la periqui que estaba en la oficina y al jambo que estaba de portera.

Eran las 11:00am más o menos y estaba muerto de sueño, de mala gaita, resacoso e inmerso en uno de esos monumentales atascos de la M30. Lo juro; ese día, en ese momento y durante toda la tarde en mi puesto de trabajo me estuve acordando del Rey y de doña María de las Mercedes, que fue la madre que lo parió.

Hoy ya se me ha pasado el mosqueo. Como tampoco me multaron ni tuve que pagar por la retirada le he perdonado y ya he vuelto a ser monárquico. Pero también he de reconocer que mi discurso ha cambiado: “que viva el Rey”, sí, pero como dice mi amigo Rubén, “pero que viva lejos”. “ Y de Madrid”, añado yo.

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